Obispo de Palm Beach
Mensaje Del Obispo de Palm Beach
5 de diciembre de, 2025
El Adviento no decepcionará
La temporada de Adviento de este año es la continuación del Año Jubilar de la Esperanza. El tema de este año, tomado de la carta de San Pablo a los Romanos, es: “La esperanza no defrauda”. El Adviento realmente nos recuerda esta realidad. Nuestra esperanza está fundada en la promesa de Dios que, aunque enfrentemos muchas dificultades y contratiempos en la vida, no decepcionará porque es una esperanza en Él y para una vida con Él. Muchas de las decepciones que enfrentamos en la vida provienen de esperanzas mal colocadas.
Durante toda nuestra vida, esperamos cosas y eventos que harán que seamos felices. Ya sea algo relativamente pequeño, como ir de vacaciones, o algo más significativo, como obtener un título universitario, siempre estamos esperando algo. Cuando ese evento llega, automáticamente esperamos el siguiente. A veces tenemos la impresión de que existe una cosa que nos satisface por completo, al punto de que nunca necesitaremos esperar nada más. Todo padre conoce la situación del niño que quiere un juguete nuevo y promete: “¡Si me lo compras, seré tan feliz que no pediré nada más jamás!” Todo padre sabe que eso nunca ocurre. Todos sabemos en nuestra propia vida que nunca existe esa única cosa —no importa cuánto la esperemos — que nos satisfaga por completo. Siempre habrá unas vacaciones mejores. Siempre habrá un puesto después del título, y uno aún mejor después de ese. Siempre hay algo más, y nunca parece que lleguemos al punto de estar completamente contentos. Nuestra esperanza siempre parece decepcionarnos.
Sin embargo, ese anhelo dentro de nosotros es algo que Dios puso ahí. Aunque todas las cosas que esperamos son buenas, en última instancia es Dios el único que puede satisfacer ese anhelo interior. Nada en este mundo, por maravilloso y satisfactorio que sea, puede ocupar el lugar de Dios. Es a Él a quien buscamos, y por eso siempre hay algo más allá de lo bueno que hemos alcanzado. San Agustín lo expresó muy bien cuando afirmó al comienzo de su famosa obra Las Confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. El Papa León XIV, como agustino, continúa recordándonos esto.
El Adviento es un tiempo que nos recuerda nuestra continua anticipación durante la vida. Está llena de expectativa mientras nos preparamos para la celebración de la Navidad. Sin embargo, esa preparación para la Navidad puede ser muy agitada y llevar a la frustración y, para algunas personas, incluso sienten la soledad o están “desanimadas”. A veces nos hacemos la idea de que existe la “Navidad ideal”, en la que las familias se sientan juntas en perfecta armonía, todos reciben el regalo perfecto y todos están felices con él. ¡Todos sabemos que eso nunca sucede!
El Adviento nos brinda la oportunidad de darnos cuenta de que nuestros corazones, en efecto, están inquietos y no descansarán hasta que encuentren a Dios. Ciertamente, solo cuando veamos a Dios cara a cara en el cielo nuestros corazones estarán completamente satisfechos. Sin embargo, el Adviento también nos recuerda que, mientras esperamos con anticipación la celebración del Nacimiento de Cristo y la venida de Su Reino, Cristo ya está aquí, y nuestros corazones pueden descansar en Él. El Adviento es un tiempo que se regocija en la llegada y la presencia de Dios. De una manera muy real, el Adviento resume toda nuestra vida.
Durante la maravillosa temporada de Adviento, necesitamos tomarnos el tiempo para darnos cuenta de la Presencia de Dios entre nosotros. Necesitamos verlo en todas las personas y en los acontecimientos que llegan a nuestra vida, y especialmente en la oración, los sacramentos y el “Sacramento de los sacramentos”: la Eucaristía. En verdad, nuestros corazones están inquietos, y lo único que calma esa inquietud es otro corazón. Ese corazón es el mismo corazón de Dios. Quizás el Señor lo expresó mejor en Sus propias palabras: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón”. (Mt 11:28,29).
En este tiempo, nos recuerda que el Hijo de Dios tomó un corazón humano a través de María. Cuando el ángel anunció a María que sería la madre del Mesías y ella aceptó fielmente la voluntad de Dios, en ese momento el Hijo de Dios se encarnó en ella. El corazón de Cristo latía en ella. Al hacerse uno de nosotros, Cristo también tomó nuestro corazón para Sí. Compartió nuestra naturaleza humana en todo, excepto en el pecado. En verdad, en la Encarnación, por iniciativa de Dios, el corazón habla al corazón de la manera más íntima.
Durante el Adviento, seamos más atentos a la inquietud de nuestros corazones y a su búsqueda de algo más. Sin embargo, reconozcamos que nuestra búsqueda puede ser engañada haciéndonos pensar que algo menos que Dios puede satisfacer nuestro anhelo, cuando solo Él no nos decepcionará. Incluso todas las alegrías de una maravillosa celebración de la Navidad no satisfacen los anhelos más profundos de nuestro corazón por Dios. Nuestro anhelo en esta vida hace que el tiempo presente valga la pena solo cuando comprendemos que ese anhelo es por Dios. Cuando nos damos cuenta de que Él está presente con nosotros ahora y que estará plenamente con nosotros cuando lleguemos a Su Reino, entonces nuestros corazones encuentran descanso. El corazón habla al corazón en el silencio de la oración, y allí encontramos el comienzo de nuestro descanso.
Nuestra esperanza en la vida es la vida de Dios. Él nos ha dado esa vida a todos, y la llevará a plenitud en Su Reino. Que usemos esta santa temporada de Adviento para permitir que nuestro corazón hable a Su corazón y descanse en Él, porque solo entonces encontraremos descanso.
Un bendecido Adviento para todos.
Reverendísimo Gerald M. Barbarito
